Otra vez los argentinos y su marca futbolística. Esa garra que los hace fuertes en los momentos más complicados. Chocaron dos equipos que enfrentaban esta Libertadores de manera distinta, pero con la misma necesidad por ganarla: River, urgido, cada vez más, por títulos esquivos hace años; y San Lorenzo, que debe justificar la inversión hecha en busca de un doblete histórico: Clausura y Libertadores –que nunca la ganó-, en el mismísimo año de su Centenario. Uno de los dos quedaría en el camino.
La hinchada de River llenó el Monumental, confiando en su equipo a pesar de la derrota en el clásico, y confiando en ese gol anotado de visitante en el Nuevo Gasómetro. Ganando por la mínima estaban en cuartos. Además enfrentaban a los hijos de siempre.
Pero el hijo se reveló, los cuervos enfrentaron a las gallinas como se juega, históricamente, la Libertadores: totalmente concentrados, pierna fuerte, pura garra y sobretodo, con hambre de gloria. Y parecía que esa gloria se quedaba en el camino, primero a los 11 minutos, tras el gol de Abelairas; después a los 42, cuando se fue expulsado Rivero. Perdían 1-0 y con 10, terminado el primer tiempo. Después vino la estupidez de Botinelli, parecía un niño picón que recién empieza en el fútbol, aplicando un espectacular codazo a Falcao, dentro del área. Roja y penal convertido por el Loco Abreu –ex cuervo-. 2-0, faltaban 30, y con 2 hombres más. Los más de 50mil hinchas “millonarios” daban por segura la clasificación. Los 8mil cuervos soñaban con el milagro en la bandeja del visitante. Y entonces sucedió: de la mano de D´alessandro, hincha confeso de River, guiados por el Pelado Díaz, y con la firme convicción de que este año es su año, nueve cuervos se comieron 11 gallinas. Fueron 5 minutos en los que los de Nuñez se durmieron, se dejaron llevar por el exceso de confianza que bajaba de las tribunas, y San Lorenzo no perdonó. Dos goles de Bergessio regresaron a la realidad a un River que en una semana volvió a ser el de los últimos años: un grande que se olvidó de ganar, y al que cualquiera de sus hijos le falta el respeto cuando quiere.
La hinchada de River llenó el Monumental, confiando en su equipo a pesar de la derrota en el clásico, y confiando en ese gol anotado de visitante en el Nuevo Gasómetro. Ganando por la mínima estaban en cuartos. Además enfrentaban a los hijos de siempre.
Pero el hijo se reveló, los cuervos enfrentaron a las gallinas como se juega, históricamente, la Libertadores: totalmente concentrados, pierna fuerte, pura garra y sobretodo, con hambre de gloria. Y parecía que esa gloria se quedaba en el camino, primero a los 11 minutos, tras el gol de Abelairas; después a los 42, cuando se fue expulsado Rivero. Perdían 1-0 y con 10, terminado el primer tiempo. Después vino la estupidez de Botinelli, parecía un niño picón que recién empieza en el fútbol, aplicando un espectacular codazo a Falcao, dentro del área. Roja y penal convertido por el Loco Abreu –ex cuervo-. 2-0, faltaban 30, y con 2 hombres más. Los más de 50mil hinchas “millonarios” daban por segura la clasificación. Los 8mil cuervos soñaban con el milagro en la bandeja del visitante. Y entonces sucedió: de la mano de D´alessandro, hincha confeso de River, guiados por el Pelado Díaz, y con la firme convicción de que este año es su año, nueve cuervos se comieron 11 gallinas. Fueron 5 minutos en los que los de Nuñez se durmieron, se dejaron llevar por el exceso de confianza que bajaba de las tribunas, y San Lorenzo no perdonó. Dos goles de Bergessio regresaron a la realidad a un River que en una semana volvió a ser el de los últimos años: un grande que se olvidó de ganar, y al que cualquiera de sus hijos le falta el respeto cuando quiere.
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