lunes, 19 de octubre de 2009

Ahí te veo … Mundial

De Julbo Chicha

Finalmente la pesadilla disfrazada de Eliminatoria que nos tocó vivir a los peruanos llegó a su fin. Los resultados nefastos obtenidos por la selección nacional, sumados a las incontables irregularidades y muestras de ineptitud que rodearon el proceso, convirtieron esta campaña en la más patética en mucho tiempo. Y no fue necesariamente por la no clasificación al mundial, sino mas bien por lo devaluada que dejó la imagen de nuestro país en lo que a fútbol refiere. Hoy, hablar de fútbol en Perú es motivo de vergüenza. Luego del triunfo ante Bolivia, la sensación dentro del terreno de juego fue de completo alivio, y no por el triunfo, sino por el final de la Eliminatoria. Ahora, ya con la cabeza fría, y con el último puesto en la tabla, debemos hacer memoria y sacar conclusiones de todo lo que se hizo mal a lo largo del proceso, esperando que no se vuelvan a repetir tan nefastos resultados.

Una vez más el pueblo futbolero peruano sufre la incapacidad de sus dirigentes, una vez más, la eliminación golpea nuestro muy maltratado ego, y nos expone, con exagerada crudeza, al lugar donde Manuel Burga se encargó de situarnos. Dejando de lado las incontables irregularidades que rodean a este siniestro personaje, ¿no es suficiente motivo –cuando menos moral- el hecho de no haber logrado nada positivo para dar un paso al costado?. Si repasamos, todo lo que Perú disputó, lo perdió mientras Burga fue presidente de la Federación. Es decir, este macabro sujeto además de ser un rufián de saco y corbata, no tiene pergaminos que lo avalen como para mantenerse en el puesto, es un completo y absoluto fracasado, y vaya que se ganó a pulso cada una de sus letras.

Alguna vez, en un post anterior, ya lo habíamos mencionado, si algo positivo se puede rescatar de esta catástrofe, es que Perú, como selección, ha tocado fondo, ha llegado al punto más bajo y avergonzante que una selección que se jactó de ser grande, puede alcanzar. De aquí en adelante todo debería ser ascenso, sólo se puede mejorar. Lamentablemente, y conociendo a los infelices que gobiernan nuestro fútbol, un octavo puesto bajo su mando en las próximas eliminatorias sería visto como un triunfo.

El fútbol peruano necesita renovación –esto se ha dicho hasta el hartazgo, pero nadie mueve un dedo para que suceda-, nuestro balompié busca con urgencia un antídoto contra Burga, un repelente para toda esta escoria que rodea el sillón federativo, y una vacuna contra la mediocridad. Desgraciadamente, y aunque muchos se nieguen a aceptarlo, el cambio será violento, chocante, y probablemente dejará muchos mártires en el camino, pero es la única solución. Ante un problema tan serio, y haciendo una analogía futbolística, no existe la salida limpia, es imposible salir jugando, hay que despejar de punta, lo más lejos que sea posible, y desde ahí, reestructurar al equipo.

Gracias a Dios se acabó este suplicio, era injusto para los jugadores e hinchas seguir viviendo esta situación con ribetes tragicómicos. Hoy más que nunca todos los que constituimos la familia futbolística peruana, los que tienen y los que no tenemos voz, debemos empezar a hacernos fuertes, buscando la reinvidicación, limpiar nuestro embarrado nombre, y sacar de una sola patada en el trasero a ese mequetrefe disfrazado de dirigente que sigue llenándose los bolsillos de dinero a costa de las ilusiones de los millones de peruanos que sueñan con ver a su selección en la copa del mundo.
Burga y todo su séquito de facinerosos deben ser catalogados como personas no gratas en nuestro país, se les debería tratar con el repudio que se merecen, es momento de deshacernos de la escoria que transita los pasillos de nuestra federación, y si es que la FIFA esta contenta con su accionar, perfecto, que les den una lujosa suite en Zurich, y sean ellos quienes resistan su insoportable hedor, por aquí, no son bienvenidos.

domingo, 11 de octubre de 2009

Campeones Mundiales del “CASI”

Teníamos que empatar -ilusionar-, necesitábamos igualar el marcador para que el garrotazo sea aún mas violento, y es que nosotros no podíamos irnos del Monumental de Núñez sin un gol de último minuto -en contra claro está-, ese que hace ver ridículo el esfuerzo de 89 minutos. Una vez más, Perú, la blanquirroja, nos regaló un motivo para bajar la cabeza y pensar en otra cosa, quizá el fútbol no es lo nuestro.

Luego de un canto de himnos que hizo recrudecer las trágicas imágenes de Chile en el 97, la selección peruana se encontraba dispuesta en el terreno, con el temible 3-6-1 dispuesto por del Solar y con la consigna de pelear por aguarle la fiesta a los gauchos. Y es que a falta de éxitos, buenos son los rencores añejos, por lo que malograrle la fiesta a los pedantes vecinos del río de la plata se convertía en nuestro ansiado trofeo.

Los cuarenta y cinco primeros minutos no fueron sino un monólogo de un ansioso equipo argentino. Los albicelestes se hicieron dueños del balón, acaparando la posesión del mismo en un casi 80%. Los nuestros, desbordados por el marco y condicionados por sus limitaciones, no concebían darle más de tres toque seguidos a la pelota. SI bien es cierto el marcador pudo terminar con 3 o 4 en contra, el equipo de Maradona demostró no estar a la altura de su historia, y fue incapaz de concretar ante una temerosa selección peruana, en la que, a criterio personal, ofende la presencia de jugadores como Vílchez o Prado, ambos claros exponentes de la mediocridad que nos rodea. El Pacho y El Cholo demostraron estar muchos escalones por debajo que el promedio de jugadores que participan en este certamen internacional. Lamentablemente, y pecando de repetitivo, ofende que se les considere jugadores de selección.

El segundo tiempo -donde ingresaría un reclamado Palermo- parecía ser una copia de lo sucedido en la primera mitad, más aún cuando la lógica se hacía presente en la capital argentina con el tanto del “Pipita” Higuaín, que hacía estallar un estadio cargado de miedo. Pero luego del gol, Maradona mostró su peor cara, se tocó de nervios, empezó a ver fantasmas, y en una movida que pinta de cuerpo entero su capacidad como DT, sacó a autor del tanto y metió al zaguero Martín Demichelis, sin recordar que estaba jugando contra el último de Sudamérica, y que faltando aún 25 minutos por jugar, era mejor asegurar con un segundo tanto, antes que meterse atrás y dejarse arrinconar por los peruanos que apelaban al amor propio de Juan Vargas y uno que otro chispazo de Luis Ramírez.

Fue ahí donde cobra importancia el empuje del volante de la Fiorentina, y con un derroche de ganas, casi en soledad, empezó a meter contra su arco a la selección de Messi, que sin duda, y fuera de las constantes muestras de talento, no es la sombra del delantero implacable que juega en el Barcelona.

La reacción peruana era sin duda fruto de la cobardía de un inexperto Maradona, pero era una excelente transformación al fin. Prado, Fano y Solano –se reclamó un penal que no existió- tuvieron en sus pies la oportunidad del empate, pero marraron las oportunidades. No sería sino al minuto 90, cuando Rengifo, que había ingresado por Fano, quiso emular al huanuqueño en aquel recordado partido en Lima, y tras un centro de Ramírez, conectó de cabeza, desatando la locura del pequeño grupo de peruanos en la tribuna, de la banca de suplentes y de más de 15 millones que lo veían por TV. Habíamos conseguido el objetivo, nos convertíamos en verdugos de los presumidos albicelestes, éramos el antagonista que cobraba inusitada importancia, estábamos en los ojos del mundo luego de tan altisonante proeza, aunque la verdad suene a consuelo de tontos.

Lamentablemente para todos, Chemo tenía otra idea, su europeizado ego no soportaba ver a un grupo de sudacas contentos. Él debía hacer lo imposible para que la alegría se convierta en congoja y fue así que mandó hacer un cambio en la última jugada detenida del encuentro, soberana burrada para alguien que se jacta de ser un letrado en el arte de dirigir. No existe un entrenador respetable, o que se ufane de serlo, que no confirme como una máxima del fútbol eso de no hacer JAMÁS un cambio en un balón parado. Este desorden, acompañado por la falta absoluta de coraje e inteligencia de nuestros jugadores -y es que dejar a Palermo sólo en la última jugada es evidente prueba de ineptitud- convirtió esa hazaña épica de haber empatado de visita, en una más de nuestros famosos CASI. Nuevamente, los peruanos, amos y señores del UFF, demostramos al mundo que no estamos preparados para la alta competencia, porque no sirve de nada hacer partidos de 89 minutos. Una vez más, la selección nos regaló un motivo para bajar la cabeza y pensar en otra cosa, cambiar de tema, hablar de política, tal vez hasta religión. Y es que quizá el fútbol no es lo nuestro.


De Julbo Chicha