Vergüenza

La palabra vergüenza se hace cada vez más cotidiana en nuestro lenguaje futbolístico, papelón, ridículo y sus demás variantes nos resultan mucho más conocidas que: gol, buen trato de balón, orden táctico, idea de juego, y todas esas frases cliché que nos regalan los “sabios” que conforman nuestro ecosistema futbolero. Dicho esto, convendría buscar una palabra que vaya más allá de vergüenza para poder graficar lo que se vive en este momento en el fútbol peruano. Podríamos hablar de Chemo y su pobre planteamiento, sí, podríamos hablar de lo patético de los dirigentes nacionales, que no hacen más que embolsicarse dinero y lucrar con la ilusión de los hinchas, sí, podríamos, pero hay algo de lo que jamás deberíamos poder discutir por más catastrófico que sea un resultado, del amor propio, del tesón, del coraje, de la garra, del cariño por la camiseta, ese punto no debería ser, jamás, tema de discusión. Pero hemos llegado a tal extremo, que la falta de categoría, viene acompañada por un descaro alucinante de parte de los jugadores, no hay forma de rescatar nada positivo de un equipo sin alma, fueron once mequetrefes --diez luego de la expulsión-- que deambularon por un terreno de juego, aplastados, humillados, cabizbajos, condenados, derrotados, desde el minuto cero, y son esas ofensas, las que no debemos tolerar. Por esa desfachatez explicita, el Estadio Monumental, para el próximo partido de eliminatorias, debería lucir un marco aproximado de 10 personas, entre camarógrafos, comentaristas, hinchas y demás. Estamos en la obligación de demostrarle a esos peleles que lo que representan, es un país, que confió, que se ilusionó, y que se decepcionó gracias a su infame actuación, porque lo vivido en el Centenario debería avergonzar a todos y cada uno de los patéticos integrantes del equipo peruano --jugadores, cuerpo técnico, dirigentes--, incapaces de dar el alma por su camiseta, incluido el retrasado mental de Paolo Guerrero, que confundió garra con estupidez y luego de un berrinche digno de una niña engreída, dejó a su equipo con diez, dos goles abajo y en un Centenario que se convirtió en la tumba de una selección que jamas dió la talla.